ELLAS Y SU CUERPO
Ha sucedido lo que tanto nos temíamos, el hedor a incienso y a sotana rancia ha transpirado de las ropas del señor Gallardón al Consejo de Ministros. La nueva Ley del Aborto es un retorno al pasado, más allá de treinta años, con la única voluntad de saciar a la naftalina humana que impregna el tejido social del que el Partido Popular no quiere desprenderse.
Ahora hace 28 años y medio tuve que dar cobijo en mi piso de Valencia a una amiga, menor de edad por aquel tiempo (17 años), para que pudiese descansar unos días después de que le practicaran un aborto clandestino. Entre un grupo recogimos 30.000 pesetas para financiar la operación e impedir que nuestra compañera tuviera que tirar por la borda un porvenir de estudiante, puesto que no había acabado el bachillerato. No sé si hice bien o mal, hice lo que me pidió: ayudar a alguien a quien apreciaba. Es más, de haber continuado con aquel embarazo no deseado, las cosas se le hubieran complicado mucho: con su novio, que no quería al niño, con sus padres –conservadores recalcitrantes—, con su entorno y en otros sentidos, porque su cuerpo no estaba todavía completamente formado para la maternidad.
Años más tarde conocí una historia totalmente opuesta. Un par de padres católicos, de los de misa y comunión semanal, que regentaban un comercio en el centro de mi ciudad natal, habían ido de viaje familiar con su hija –casualmente también de 17 años— a Londres. Aquel viaje no tenía otro cometido que un aborto en una clínica británica. A pesar de que la ley del aborto había cambiado en España, aquella pareja de rancio abolengo católico local disimuló la preñez de su adolescente hija para evitar los sesgos de miradas y murmullos pueblerinos. En esta ocasión, la muchacha pensó que, quizás después de quedarse embarazada, podría casarse con su novio y dejar la tradicional parentela. Se equivocaba, puesto que la imposición del viaje y el desembarazo también arrastraron a abandonar la relación con el que entonces era su novio. Pareció que nadie se había enterado del caso, excepto los más íntimos y próximos a la familia, que continuamos viendo cómo se afianzaban en su catolicismo y en la devoción al santo patrón del pueblo.
Son dos historias muy distintas, tanto que en una hubo quien pudo decidir y en otra quien no. Ahora, cuando el Ministro de Justicia obliga a las futuras madres de hijos malformados a soportar esa carga vitalicia, nos asalta la duda de saber en cuántas ocasiones se evitarán los partos con criaturas físicamente alteradas gracias a oportunos viajes a clínicas lujosas en el extranjero. Por otro lado, me pregunto cuántas madres sin recursos tendrán que sobrellevar una vida paupérrima con hijos problemáticos porque a un político interesado, un buen día, se le acudió recolectar unos cuantos votos a su derecha.
Esta España de cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María, sigue sangrando por la herida de la imposición de los que vivieron cuarenta años queriendo amargar la existencia a los demás. El señor Gallardón es un vivo ejemplo de esas personas que, por puro interés electoral, dejan que las mujeres con problemas sufran por ley. Esta Reforma de la Ley del Aborto es una ley para hacer sufrir a las mujeres, para que no puedan disponer como quieran de su cuerpo. Un nuevo atentado a la libertad, una nueva mordaza incitada por la camisa vieja y por el clero.
Adolf Piquer Vidal. Secretario General del PSPV-PSOE de Benicàssim.
Las mujeres deben de rebelarse contra esta imposición. Es obligación de mujer, antes que de militante de partido, defender la dignidad de género que los curas y los políticos de la derecha nos quieren soslayar.